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martes, 15 de diciembre de 2015

Transformando vidas, por el poder de Dios.

UNA VIDA QUE SALIÓ DE LA OSCURIDAD

¿Qué delito no había cometido Kledis Macías? Delincuencia y proxenetismo. Traición a su esposa e hijo. Lo prohibido parecía atraerlo. En ese espacio creció. Sin misericordia con nadie. Nadie creía en su salvación. Sólo Dios aguardó por él. Y llegó el momento de salvar su vida.  Marlo Pérez
  • Una vida que salió de la oscuridad

Kledis nunca se consideró un ejemplo para nadie. Su vasta experiencia en el mundo de la delincuencia y el proxenetismo lo convirtieron en un hombre frívolo y de escasos sentimientos, de un modo tal que, sin miseri­cordia, cuando tuvo que escapar de la justicia abandonó a su esposa que estaba embarazada, y ella fue encarcelada por un delito que nunca cometió.
Un año después, cuando ella salió en li­bertad, Kledis reconoció su error y buscó a su esposa y a su recién nacido para pedirles per­dón. Dios había obrado en él. Lo había trans­formado en un hombre de bien y en un padre ejemplar, del que muchos se admiran hasta el día de hoy.
LA ESPOSA ENCARCELADA
Los hechos que empujaron a Kledis Elicito Macías Loor a abandonar a su esposa, Angéli­ca Collao García, de 16 años de edad, y entre­garla prácticamente en manos de las autorida­des ocurrieron en 2008, cuando ella lo visitó en la ciudad de Cuenca, donde pasaron siete días pregonándose amor eterno.
Al terminar esa semana, y en el momento en que ella compraba sus pasajes para retornar a Quevedo, ciudad de la que es oriunda, la Policía de Inteligencia la arrestó por estar coludida con Kledis, más conocido como ‘Patucho’.
En el primer instante, Angélica no entendió lo que ocurría, pero poco después le explicaron que Kledis era un peligroso delincuente con un amplio prontuario policial que se hallaba inmis­cuido en robos, asaltos, proxenetismo, trata de blancas y que se hallaba prófugo de la justicia de su país. Angélica no podía creerlo.
Minutos más tarde, Kledis retornó con mu­cho sigilo al terminal terrestre y no encontró a Angélica. Sus sospechas se confirmaron cuan­do escuchó que habían arrestado a una mujer con las características de su esposa. Entonces, Kledis huyó del lugar y se olvidó de ella, que se encontraba en estado de gestación.
Mientras fugaba a otra ciudad, Kledis se re­montó al pasado y recordó cuando su madre y él, que tenía 7 años de edad, fueron abandonados por su padre. De repente, se le hizo un nudo en la garganta que no lo dejó respirar durante todo el camino.
EN EL ABANDONO
Kledis, nacido en octubre de 1989, se introdujo en este mundillo desde los 13 años de edad, fecha en que se desligó de su casa y se fue a vivir a la de sus abuelos paternos en Quevedo, ciudad que lo vio nacer.
“Me refugié en casa de mis abuelos, después de que mi padre nos abandonó, a mí y a mi ma­dre, para irse con otra mujer… Eso fue un duro golpe para mí, porque no era la primera vez que mi padre hacía eso”, recuerda.
Al vivir con sus abuelos, dejó de estudiar y trabajó como cobrador de buses de transporte pú­blico, donde conoció a varios jóvenes de su edad que lo único que les importaba en el mundo eran las fiestas, las mujeres y el alcohol.
Tiempo después, Kledis, con 17 años de edad, conoció a Angélica, de 14 años, con la que tuvo una relación amorosa a escondidas de sus padres, que eran cristianos evangélicos que nunca vieron con buenos ojos al preten­diente de su hija.
Ante esta negativa, Kledis convenció a Angé­lica para que escapara de casa y se uniera con él mediante los santos vínculos del matrimonio, sin sospechar que estos se romperían años después.
“Antes de abandonar a mi esposa, tuve apen­dicitis y los residuos se regaron por todo mi cuer­po. Al estar solo con el 1% de posibilidades de vivir, mis suegros oraron por mí y Dios me sanó, pero yo me volví un hombre ingrato que se entre­gó a las cosas del mundo y a la vida fácil”, agrega.
LOS CHULOS
Al recuperarse y retornar a su vida normal, Kle­dis observó que muchos de sus amigos empeza­ron a gozar de gran reputación, enormes casas, automóviles y demás lujos, ya que se habían con­vertido en chulos, es decir, mantenidos por pros­titutas. Una forma de vivir muy arraigada entre los jóvenes de esa época.
Ante ello, Kledis abandonó a su esposa y via­jó a la ciudad de Cuenca para enamorar a más de una mujer, con el fin de prostituirlas y explotar­las. Su estrategia consistió en engañarlas con la promesa de llevarlas a fiestas, darles diversión, ropa de reconocidas marcas y un automóvil del año en menos de tres meses.
Una vez terminado el plazo en que acabaría este ilícito acuerdo, Kledis desconocía sus pala­bras y mostraba su verdadero rostro ante aquella mujer. Fueron varias las féminas que se sumaron a sus planes. Desde esa fecha, todas ellas fueron presa de los maltratos y abusos de ‘Patucho’.
Cuando Kledis contaba con 20 años de edad conoció a un hombre apodado ‘El Ahi­jado’, quien lo introdujo en el mundo de la delincuencia con la banda ‘Los Empalmeños’, que sembró el terror y la inseguridad en varias ciudades del Ecuador.
Al ingresar en esta organización delictiva, a Kledis lo colocaron como chofer de los delin­ cuentes y recibía 300 dólares por cada asalto que cometían. Luego se especializó en robos a mano armada y se apropió de automóviles lujosos, lo­cales comerciales y todo lo que estaba a su alcan­ce. Esta banda también se dedicó a extorsionar a personalidades de alto rango, a las que secues­traba y mataba. Por estas y otras fechorías, los nombres de ‘Los Empalmeños’ y de ‘Patucho” empezaron a escucharse en todas las comisarías de aquella región.
TRATA DE BLANCAS
Kledis, alimentado por las ansias del dinero, nue­vamente empezó a reclutar a otras muchachas para que ejercieran la prostitución. En esta oca­sión recurrió a menores de entre los 14 a 16 años de edad, que eran las más requeridas por el públi­co varonil. Con ellas se paseó por Quito, Ambato, La Libertad y Guayaquil, entre otras ciudades.
“Por cada una de ellas ganaba semanalmente entre 900 y 1 200 dólares… Cuando no me entre­gaban el suficiente dinero, las agarraba a golpes, las encerraba por varios días en el cuarto de un hotel y no les daba alimentos”, revela Kledis.
Tras varios meses de arduo seguimiento, la Policía de Inteligencia desarticuló esta mafia al encontrar a sus integrantes en un hotel de la ciu­dad de Azuay, al sur del Ecuador. Allí rescataron a varias jovencitas que inmediatamente sindica­ron a Kledis como su proxeneta.
Al encontrarse requisitoriado, Kledis se di­rigió a Cuenca para seguir con su accionar, sin pensar que su esposa lo ubicaría para reconciliar­se con él y restaurar su matrimonio. Una semana después, ella cayó presa y Kledis la abandonó por segunda vez.
“El dinero, las mujeres, las drogas y la opu­lencia nunca me hicieron feliz. Me sentía vacío, solo y lleno de temores...”, recuerda.
Aunque muchas veces la Policía intervino los burdeles clandestinos que Kledis regentaba, este fugaba sin dejar rastro alguno.
Pasados los meses, en octubre de 2010, su es­posa alumbró a su primogénito, Elian, en aquella prisión. Semanas después salió en libertad y se fue a vivir con sus padres a Quevedo. Al ente­rarse, Kledys abandonó uno de los burdeles que tenía en la ciudad de Salinas y fue a buscar a su esposa e hijo.
“Sentía un odio sin sentido hacia mi esposa, quizás porque no reconocí mis errores, ni me hu­millé ni le pedí perdón por todo el infierno que vi­vió ella en la cárcel estando embarazada”, relata.
RECONCILIADOS
Un mes después, Kledis se alejó de sus activida­des ilícitas y trabajó con su madre en un negocio familiar. En ese trayecto conoció a un cristiano del Movimiento Misionero Mundial que lo llevó a la Casa de Dios y le presentó a Jesucristo como el único que podía cambiar su vida y darle solu­ción a todos sus problemas. Momentos después, se entregó al Evangelio.
Veintiún días después de su conversión, Kle­dis recibió la llamada de su esposa, que se encon­traba viviendo en Guayas. Desde ese momento, el amor perdido entre ambos empezó a renacer, sobre todo cuando se reencontraron en Guaya­quil, donde se reconciliaron en la casa del Señor. Actualmente, Kledis, su esposa y sus dos peque­ños están más unidos que nunca.
“Mi vida en los caminos del Señor son y se­rán los mejores momentos de mi existencia... La Palabra de Dios enderezó mi destino”, dice con convicción

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